Como suele recordar el poeta Jesús Aguado, siglos antes de que alguien escribiera el primer ‘tuit’ los poetas japoneses ya practicaban el arte de la brevedad con el haiku.
En su forma más básica, el haiku es un poema con tres versos de 5, 7 y 5 sílabas que refleja un instante fugaz a partir de imágenes relacionadas con la naturaleza o el paso de las estaciones.
Su historia se remonta al Japón del siglo XIII, cuando era tradicional que un grupo de poetas se reuniera para crear poemas colaborativos conocidos como ‘renga’. Durante esos encuentros, en los que a veces coincidían más de una docena de autores bajo la supervisión de un maestro, los poetas componían estrofas que se iban enlazando y que debían ajustarse a los conceptos y palabras convenidos de antemano. Algunas sesiones podían dar lugar a más de 100 de estas estrofas enlazadas, que iban cambiando de tono a medida que pasaban de un poeta a otro.
Los tres versos iniciales de una ‘renga’ se denominaban ‘hokku’ y eran idénticos a lo que hoy en día se denomina ‘haiku’. Los primeros poemas en este reconocible estilo comenzaron a circular en el japón del siglo XVII y uno de sus pioneros fue el poeta Matsuo Bashō (1644-1694), que en 1684 escribió este famoso ejemplo:
Un viejo estanque.
Se zambulle una rana:
ruido del agua.
(Traducción de Antonio Cabezas)
Como curiosidad, siglos después el escritor español Ramón María del Valle-Inclán haría su propia y personal versión:
El espejo de la fontana,
al zambullirse de la rana,
¡hace chás!
Bashō fue un samurái durante sus años de juventud, pero a partir de 1666 decidió dedicar su vida a la escritura y a recorrer la geografía de Japón. Según explica el experto Antonio Cabezas, para este poeta el haiku era un “camino de perfección”. Entre sus enseñanzas estaba la idea de que el valor de la poesía es “corregir las palabras ordinarias” y criticaba asimismo que los versos de algunos autores estuvieran excesivamente elaborados y perdieran la naturalidad que procede del corazón”.
“Tu poesía surge por sí sola”, aseguraba Bashō, “cuando tú y el objeto os convertís en uno, cuando ahondas todo lo posible en el objeto para descubrir algo parecido a un destello oculto. Por muy bien expresada que esté tu poesía, si tu sentimiento no es natural, si el objeto y tú mismo estáis separados, entonces tu poesía no es verdadera poesía, sino tan solo tu falsificación subjetiva”.
En las décadas posteriores, el alcance y la temática del haiku se expandió con aportaciones de autores como Onitsura, Buson o Issa. Este último se apartó del estilo naturalista de Bashō para escribir sobre la pobreza, la infancia, la tristeza vital o la compasión. “Issa posee un amor hacia las cosas pequeñas digno de San Francisco de Asís”, afirma Antonio Cabezas, quien traduce así uno de sus haikus:
Flora el ciruelo
y canta el ruiseñor,
pero estoy solo.
El haiku se introduce en España a principios del siglo XX cuando, según explica la escritora Susana Benet, “ya existía una estrofa tradicional muy similar, compuesta por versos de 5-7-5-7. Se trata de la seguidilla, que aparte de ser una estrofa literaria, es también una forma del cante flamenco y tiene su origen en la Edad Media”.
Como muestra, estos versos de Federico García Lorca:
Hacia Roma caminan
dos peregrinos,
a que los case el Papa,
porque son primos.
La cercanía de los poetas españoles con Francia supone, para Benet, un factor decisivo, porque es en ese país “donde primero se tratan de adaptar los principios poéticos del género japonés a una cultura e idioma occidentales”. Influye también la difusión del haiku en Hispanoamérica, ya que en 1919 el poeta mejicano José Juan Tablada publica el primer libro de haikus en español, ‘Un día’, en el que reúne composiciones de tres versos que no respetan la pauta silábica:
Tierno saúz,
casi oro, casi ámbar,
casi luz…
Benet cita asimismo el ejemplo de dos grandes poetas como Antonio Machado o Juan Ramón Jiménez. Cuando el primero de ellos viaja a París, entra en contacto con la poesía china y japonesa y realiza lo que Octavio paz califica como “fusión de haiku y canción popular”, de la que surgen “poemas basados en la contemplación de la naturaleza y sus mutaciones”:
Junto al agua negra
olor de mar y jazmines.
Noche malagueña.
Por su parte, Jiménez —según apunta Susana Benet— conoció el haiku y se interesó por él gracias a las traducciones inglesas. El hecho de ser “un poeta impresionista, de imágenes sutiles y cultivador del poema breve facilita su acercamiento” a esta forma poética:
Está el árbol en flor
y la noche le quita, cada día
la mitad de las flores.
Paralelamente, en el ámbito anglosajón, los poetas adscritos al Imagismo se habían sentido también fascinados por el haiku desde principios del siglo XX. Entre ellos, Amy Lowell, e.e. cummings o Ezra Pound, que escribió estos famosos versos:
La aparición de estos rostros en la multitud:
Pétalos en una rama negra y húmeda.
En la década de los cincuenta, coincidiendo con la publicación de diversas antologías dedicadas al Haiku, poetas de la Generación Beat como Gary Snyder, Jack Kerouac o Allen Ginsberg cayeron bajo su influjo. Snyder, de hecho, lo convirtió casi en una vocación y llegó a vivir seis años en monasterios budistas de Japón. Esta es una de sus composiciones:
Bebiendo sake caliente,
asando pescado con carbones.
La moto fuera,
aparcada bajo la lluvia.
Entre los haikus de Allen Ginsberg encontramos ejemplos como este:
No conocía los nombres
de las flores. Ahora
mi jardín ha muerto.
En los últimos años en España la editorial Hiperión —junto a otras como Pre-Textos o Miraguano— ha contribuido a la difusión del haiku publicando diferentes antologías y traducciones de autores clásicos. Como destaca Susana Benet, la aparición de foros en internet como ‘El rincón del haikú’ o ‘Paseos.net’ y la creación de asociaciones y revistas monográficas han consolidado el haiku “como un importante género poético”. Autores como Luis Alberto de Cuenca, Vicente Gallego, Juana Castro, o Benet han publicado sus propios haikus, como ha hecho el poeta Jesús Aguado, que es además uno de los responsables de Mixtura Editorial. Esta es una de sus composiciones:
¡Ancho vacío
que respiras en mí
cuando camino!
También la poeta Elena Torres, una de las autoras que hemos grabado para la plataforma VERSO, ha escrito haikus como este:
En la maleta
un perfume de agosto
entre la ropa
Los haikus pueden constituir también un interesante ejercicio que practicar con los estudiantes en clase. Su práctica puede fomentar el poder de observación y abstracción de los alumnos, al tiempo que les ayudan a expresar —siempre en primera persona— sus impresiones y sentimientos.
Los estudiantes pueden salir al exterior y contemplar un objeto pequeño o un evento natural: desde cómo se mueve un grillo o cae una hoja hasta el desplazamiento de las nubes en el cielo. Una vez fijado el instante en su memoria, deben convertirlo en un haiku y compartirlo con los demás. Del contraste entre las diferentes impresiones sobre un mismo momento en el tiempo surgirá un debate interesante y profundo.