Como continuidad del artículo anterior me pareció interesante indagar en los métodos de algunos escritores reconocidos.
Octavio Paz, en una entrevista de 1990, manifestó: “Nunca he podido mantener un horario fijo. Durante años escribí en mis horas libres… Un novelista necesita su máquina de escribir, pero se puede escribir poesía en cualquier momento, en cualquier parte. A veces compongo mentalmente un poema en el ómnibus o caminando por la calle… Después, cuando llego a casa, lo escribo. Durante mucho tiempo, cuando era joven, escribí de noche… Ahora escribo durante la última parte de la mañana y a la tarde. Es un placer terminar una página cuando cae la noche…”
Isabel Allende, en cambio, tenía una particular rutina: “Prendo una vela. Mientras dura encendida (es de las pequeñas) hago mi trabajo, y cuando se apaga dejo de escribir. Así me disciplino porque, de otra manera, podría estar catorce horas frente a la computadora”.
Cortázar
Julio Cortázar, ante Jason Weiss, dijo, un año antes de morir: “No tengo ningún método en absoluto. Cuando me siento en estado de escribir un cuento, dejo caer todo lo demás. Y a veces, cuando escribo un cuento, en los meses que siguen puedo escribir dos o tres más. En general, los cuentos vienen en serie… Cuando era más joven y tenía resistencia física, aquí en París, por ejemplo, escribí una gran parte de Rayuela en cafés. Porque el ruido no me molestaba y, por el contrario, el lugar me resultaba propicio…”.
Como se aprecia, cada escritor es un mundo distinto, y no sólo eso, sino un mundo en constante transformación. Gracias a las rutinas se han escrito grandes obras. Pero también, gracias a su ausencia, podemos disfrutar de páginas antológicas.