Está muy bien crear nuevas palabras. Y también que otras ya no se usen. Pero, aunque no lo estuviera, no podríamos hacer nada para evitarlo.
El lenguaje es un organismo vivo que escapa a la voluntad humana. Las palabras que permanecen en nuestro vocabulario lo hacen gracias a un mecanismo de empatía con los hablantes.
Menciono lo anterior ya que, después de la novedad que significó en los medios de comunicación la irrupción de los que proponían el mal llamado lenguaje inclusivo, actualmente la iniciativa parece estar disminuyendo.
No podía ser de otro modo. Cuando un grupo de personas pretende obligar a otras a utilizar determinadas palabras, está condenado al fracaso.
Ocurre frecuentemente cuando las Academias de la Lengua habilitan el uso de ciertos vocablos en detrimento de otros. ¿Acaso alguien escribe güisqui, recomendada por la Real Academia, en lugar de whisky?
Con el llamado lenguaje inclusivo ocurre lo mismo. ¿Es que a alguien en su sano juicio se le puede ocurrir proponer palabras impronunciables como vecinxs o tod@s? ¿Deberíamos decir vecinecs o todarrobas? Su implementación estropearía cualquier discurso y resultaría tan artificioso que sería impracticable.
Pero lo verdaderamente dañino son los argumentos que se utilizan para apoyar el llamado lenguaje inclusivo, ya que son falsos.
En primer lugar, no es cierto que el lenguaje actual sea sexista, que no respete la igualdad de género o que no incluya al sexo femenino. Cuando alguien dice todo está indicando “la totalidad de los miembros de un conjunto” (primera acepción en el diccionario de la RAE). Cuando alguien dice hombre está indicando a un “ser animado racional, sea varón o mujer” (primera acepción en el diccionario de la RAE).
El sostenimiento de la idea del llamado lenguaje inclusivo parece un instrumento ideológico más que otra cosa (sólo es propuesto por personas con ideología de izquierda). Porque cambiar una letra en algunas palabras no es tendencia hacia la inclusión, sino aceptar una moda caprichosa sin fundamento alguno. Parecería que quienes impulsan ese tipo de lenguaje desconocen que el lenguaje surje de la realidad, y que entonces primero hay que cambiar la realidad para que luego el lenguaje se modifique.
En definitiva, todo parece indicar que será un experimento fallido. Pero, como siempre, será el tiempo quien tenga la última palabra.