¿Apostar por el impulso y la improvisación o por el trabajo medido y equilibrado?
En el imaginario popular existe la creencia de que el genio es inspiración y fugacidad. No es cierto. Todas las virtudes deben alimentarse. También las literarias.
Sabemos por experiencia que las rutinas aportan seguridad y confianza, y que, con el tiempo, se transforman en guías de comportamiento, con todo el bagaje de beneficios que ello trae consigo.
Cuando se buscan patrones de conducta en el trabajo de los escritores siempre se halla una misma receta: dedicarse a escribir varias horas seguidas, todos los días, sin distracciones y casi sin excepciones.
De esta manera se llega a una ética del trabajo que difícilmente pueda ser desmontada. Dicho de otra manera, un escritor puede ser nómada, pero un buen escritor será siempre sedentario.
Claro está que para quienes no pueden vivir de su Literatura, esto último resulta de difícil concreción, cuando no imposible. Para mí, siempre reacio a las estructuras, las rutinas me resultan un estímulo, un objetivo a alcanzar que intento, someramente, con esta práctica incipiente de redactar un artículo para este blog cada día lunes.