Siete autores describen su flechazo por la Poesía.

Por Ángel Salguero.

Uno de los motivos por los que leemos es para ampliar la perspectiva y descubrir cómo perciben otras personas el mundo que nos rodea. En ese sentido, el momento en que se descubre la poesía siempre una revelación. «Un buen poema ayuda a cambiar la forma del universo», aseguraba el Dylan Thomas… y un buen poema también puede darle la vuelta a nuestra realidad, haciendo que nunca más volvamos a verla del mismo modo.

Así les sucede a muchos poetas actuales, que sienten ese ‘flechazo’ con la poesía casi desde el primer momento. «La poesía es música, es ritmo», asegura la autora Bibiana Collado. «Desde que nacemos, desde que estamos en el vientre, escuchamos los ritmos del corazón de la madre, de la sangre». Todos venimos al mundo, añade, con el oído a nado «para captar ritmos y sonidos y crear esas secuencias. Los niños están preparados para escuchar y hacer poesía. De alguna manera siento que para mí siempre estuvo ahí y me acompañó».

«La poesía me vino con el lenguaje», afirma la poeta Ana Rossetti. «Desde que tengo memoria, las palabras me han fascinado y me ha gustado cómo jugaban entre ellas y se podían combinar. Y cuando empecé a escribir poesía también quería imitar esas combinaciones que estaba escuchando. De modo que fueron varios procesos: primero, apreciar el sonido de las palabras y darme cuenta de cómo encajaban o no para producir ese sonido. Y luego, pensar: Sí, suenan muy bien, pero ¿qué quieren decir?».

El escritor, poeta y ensayista Luis Antonio de Villena encontró, como han hecho muchos otros, la poesía en el colegio. «Entonces, a los 13 años, nos hacían aprender poemas de memoria. Para saber lo que era una estrofa, el soneto o el romance había que definirlos, pero además había que aprenderse uno de memoria. Yo me aprendí unos sonetos estupendos de Lope de Vega y son los que aún hoy recuerdo. Aunque los chicos del momento no lo entendiéramos muy bien, aquello tenía por misión fundamental hacernos comprender el lenguaje de la poesía e introducirnos en él. Y eso era muy bueno», señala.

La educación es fundamental para desarrollar el gusto por la poesía, y también el entorno familiar. «Yo vivía en un ambiente muy artístico», recuerda la poeta y profesora Rosana Acquaroni. «Mi padre era pintor y un gran a cionado a la poesía. Muchos de los amigos de mis padres eran grandes poetas como Pepe Hierro o Luis Rosales, así que desde muy pequeña pude escuchar y leer de una manera muy espontánea a estos poetas y conversar sobre poesía». Su afición por escribir comenzó a partir de los juegos que compartía con su padre algunas noches: «Él se quedaba a pintar y yo a veces le acompañaba y jugábamos a adivinar de quién eran los poemas. Me planteaba retos y recuerdo sobre todo poemas de Machado, Miguel Hernández y los autores del 27… Ahí fue donde aquello empezó realmente a formar parte de mi vida y sentí el deseo de escribir».

Otra autora que se inició en la poesía desde muy pequeña fue Almudena Guzmán. «Fue algo completamente natural, como el agua», explica. «Me recuerdo escribiendo desde los siete o los ocho años y, si no me equivoco, el primer libro de poemas que leí fue una antología de Federico García Lorca preparada por Rafael Alberti. Me acuerdo de la portada, preciosa, que era un toro rojo». Algo diferente fue el caso de Julieta Valero, que descubrió muy pronto la escritura «de un modo muy vocacional, a los nueve años». Sin embargo, la poesía llegó a su vida mucho más tarde: «Había leído mucha poesía porque estudié filología por prescripción, pero no había entrado al lenguaje poético. Es un suceso que se da o no se da, y en mi caso se dio con veintitantos, pero fue irreparable».

«Siempre me recuerdo escribiendo», asegura el poeta y filólogo José Manuel Lucía Megías. «Aunque quizá sí que tengo conciencia del día que dije: ‘Soy poeta’. Fue en la Universidad París Cité, cuando una profesora portuguesa me preguntó qué hacía en la vida y de pronto, como lo más natural del mundo, me salió contestar: ‘Soy poeta’. Y en ese momento pensé que si lo había dicho era no sólo porque escribiera, sino porque también tenía la conciencia de estar haciendo algo necesario en mi vida».

Entre los poetas que más han influido a estos autores se repiten nombres como los de Federico García Lorca, Rafael Alberti o Miguel Hernández. De este último revela Julieta Valero que le «emociona irremediablemente, porque tiene un sustrato humano y una poesía tan auténtica por su compromiso, teniendo en cuenta el tiempo tan brutal y atroz que le tocó vivir, y por su talento».

Por su parte, Bibiana Collado subraya la importancia que para ella ha tenido la poesía latinoamericana, «especialmente en la voz de las mujeres. Hay poetas que resultan para mí fundamentales como Idea Vilariño, Alejandra Pizarnik, Blanca Varela o Dulce María Loynaz. Mujeres fundamentales, que casi recorren el continente de punta a punta y a las que siempre acabo volviendo».

Ana Rossetti destaca que la relación con la poesía y los poetas ha de ir evolucionando a lo largo de la vida, «porque tú también vas variando tus estados anímicos y tus necesidades. No puedes quedarte siempre con uno ni tampoco decir que ya no te sirve porque no sabes cuándo vas a volver a recurrir a ellos. Desde luego, yo estoy muy marcada por el Siglo de Oro en cuanto a mis lecturas de infancia pero, claro, hay que salir de ahí».

Aunque lo más importante, de acuerdo con Luis Antonio de Villena, es conocer a los clásicos y saber mantener una mente abierta. «La poesía es muy cosmopolita y plural, está por encima de las lenguas, de los nacionalismos y de toda esta basurilla contemporánea que es tan triste. La poesía es mucho más generosa y uno debe entrar en su tradición, porque si la desconoce y empieza a escribir tiene un gran riesgo de creer que está descubriendo el Mediterráneo cuando, naturalmente, el Mediterráneo está muy descubierto. La poesía es una cadena, larga, fructífera y brillante, y lo máximo que uno puede hacer es añadir un eslabón más», concluye.

Translate »